Publicado por David Brazier el 31 de marzo de 2017 en el grupo “Therapeutae”
Hace poco, conversando con alguien, salió el tema de la transparencia. Hay dos contextos en los que esta idea está de actualidad: el político y el psicológico. En política existe una gran preocupación acerca de la corrupción y , en general, se cree que la mejor manera de superar este problema, es una mayor transparencia. En psicología existe la idea de que una vida transparente o “congruente “es la más saludable y terapéutica. La popularidad de estas ideas ha llevado a la asunción de que la transparencia es una virtud en sí misma, más que un medio para algún otro fin y que, por tanto, siempre es algo bueno. Yo tengo mis dudas sobre si esto es así. La transparencia es importante y valiosa en algunas situaciones, pero no en todas, ni es una panacea.
Hubo un tiempo en que la capacidad para guardar un secreto se consideraba una fortaleza de carácter. Las vidas eran más privadas. No teníamos internet ni medios de comunicación social. No había cámaras de vigilancia en las calles. Lo que pasaba detrás de la puerta de casa no era asunto de nadie más. No estoy seguro de que esa sociedad fuese mucho mejor o peor de la que tenemos hoy. Los cambios que han ocurrido tienen sus pros y sus contras.
Podemos considerar el aspecto político. La defensa de la transparencia se basa en la idea de que si las cosas son más transparentes entonces es más difícil que la gente sea corrupta. Sin embargo, esto más bien asume que van a intentar serlo. Si la gente quiere hacer trampas, lamentablemente, en la mayoría de los casos, encontraran maneras de hacerlo, cualquiera que sea el sistema. Siempre es posible “jugársela al sistema” independientemente de cual sea, si es lo que uno realmente quiere. En última instancia el antídoto a la corrupción no es una mayor vigilancia, sino el cultivo de una ética honorable. Normalmente una característica de los grupos que tienen tal ética es que muestran una enorme confianza mutua y no gastan enormes cantidades de tiempo y energía en controlarse unos a otros. No necesitan ser especialmente transparentes. Si hay más corrupción no es tanto porque la política social haya sido laxa, sino más bien porque los estándares en la vida política han retrocedido.
Si consideramos el aspecto psicológico la comunicación humana es compleja. He argumentado, en un estudio que escribí hace muchos años, que hay mucho sentido en la idea de que la congruencia no existe como tal – existen simplemente comunicaciones más o menos complejas. Si una persona me dice que es realmente feliz, aunque parezca desgraciada, éste resulta en un mensaje más complejo que si rostro y voz están diciendo lo mismo, pero no es un pecado expresar un mensaje complejo – más bien es parte del genio humano que seamos capaces de hacer eso y de hecho, todos hacemos eso, la mayor parte del tiempo. La capacidad de descifrar tal complejidad es, por supuesto, a veces un reto, pero puede a menudo resultar provechoso. En una comunicación hay una razón tras cada elemento. Quizá el rostro de esta persona nos habla de su actitud en la vida y su voz acerca de algo que ha ocurrido en los últimos diez minutos, o viceversa, o existe alguna ironía implicada, sea intencionada o no, o quizá sea un hombre de la Edad Media, cuando la ligereza se consideraba un pecado, así que tener un comportamiento alegre se consideraba anti-social. Podría haber múltiples razones.
La mayor parte del tiempo la gente no es transparente – son opacos porque sus vidas son complicadas. Se necesita paciencia y empatía para entender esa complejidad, pero no se está bajo la obligación moral de tener una vida no-compleja.
Si consideramos el asunto desde una perspectiva social, de nuevo, tener un secreto no es en sí mismo un pecado. Resulta comprometido hacer un juicio acerca de a quién es sabio divulgar según qué información. Hay cosas que podemos contar a todo el mundo, otras deberían tener una difusión más limitada, y hay algunas cosas que uno debería guardarse para sí. Es mejor reservarse algunas cosas- cargar con su karma- que implicar a otros y descargarles de ese modo parte de la culpa. Recuerdo tener a mi cuidado un paciente. El paciente me dijo que no quería que un miembro concreto de la plantilla se encargase de cuidarle porque le consideraban bruto. Entendí la preocupación del paciente y dispuse las cosas para que aquel “bruto” se encargase de otros asuntos. No le dije nada a la persona “bruta” acerca de la opinión del paciente. No explique porqué había reorganizado las tareas de la plantilla. No discutí el asunto con todo el equipo para alcanzar una decisión consensuada. No fui transparente. Aún sigo pensando que hice lo correcto. Hay veces que la transparencia es una buena política y veces que no lo es. No es una virtud absoluta, es un medio para alcanzar ciertos fines en algunas circunstancias.
¿Es posible que nos hallemos más preocupados por la transparencia porque confiamos menos y asumimos que hacer trampas y aprovecharnos de manera impropia es ahora lo normal – a causa de estándares en declive y de un cinismo en auge? Si no hay ladrones no necesitas cerrar la puerta ni tener cámaras de vigilancia en tu jardín.
El secreto es también una dimensión de la intimidad. Intimar significa compartir cosas que no se van a hacer públicas. Guardarse los secretos el uno al otro es una confianza valiosa. No guardarlos puede significar traición. Los que son íntimos comparten un espacio psicológico que resulta opaco a los demás. Llevar demasiado lejos el principio de transparencia supone poner en riesgo uno de los aspectos más preciosos de la vida. Estamos perdiendo la noción de lealtad, honor, fidelidad y otras que tiene que ver con ellas, abandonándolas en favor de un acercamiento a la vida, supuestamente más racional, pero, en última instancia, menos fiable